jueves, 30 de octubre de 2014

Estación de Servicio YPF- Allub Hnos. Distrito de Palmira, Departamento de San Martín (foto sin fecha) Mendoza




Traje de baño. Annette Kellerman, (1903)


Annette Kellerman, c. 1903 - 1913. Publicidad foto en su traje de baño de diseño propio, considerado más bien atrevida a la vez. Annette Kellerman (1887 - 1975) fue un nadadora profesional australiana, el vodevil y la estrella de cine, escritora, 

Provisión de agua por la Municipalidad de Buenos Aires, 1930.

Foto: Provisión de agua por la Municipalidad de Buenos Aires, 1930.
Documento Fotográfico. Inventario 4485

Documento Fotográfico. Inventario 4485
Archivo General de la Nación.

Cuerpo de Cadetes General San Martín. En el frente del Diario Los Andes (año 1938) Mendoza




Jorge Newbery a la derecha, acompañado de Lisandro Billinghurst, en los comienzos de la aeronavegación Argentina (década de 1910)




Tres niños y sus disfraces espeluznantes de Halloween (año 1900). -

marssantoso

martes, 28 de octubre de 2014

Gran Hotel Cervantes. Ubicado en calle Amigorena 65. Ciudad Capital de Mendoza (foto año 1949)




Un montón de mujeres locas

Neurastenia, clorosis e histeria estaban ligadas en el siglo XIX a la condición misma de la mujer. Los hombres confundirán desde entonces los síntomas de una enfermedad con las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle.

"Una lección del Dr. Charcot en La Salpêtrière", de Pierre André Brouillet (1886). (Foto hypnos.co.uk)


La intimidad de las mujeres evoluciona hacia fines del siglo XIX hacia un delicado equilibrio entre el deseo y el sufrimiento con un manifiesto miedo a la vida que la llevará, en muchos casos, a la parálisis de la voluntad y a una letal culpa.


Individuación, conocimiento progresivo del propio yo, pertenencia social más o menos precaria debido a la movilidad de las clases, indecisión, descontento, inquietud, agotamiento, perpetua adaptación a las reglas son sólo algunos de los síntomas de su sufrimiento.

El spleen de Baudelaire o el hastío de Alfred de Musset no se aplica solamente a los hombres sino también a las mujeres que padecían de un vacío en el alma y en el corazón. En ellas, se transformará en una verdadera desgracia mientras que en los hombres se convertirá, mezclada con una silenciada impotencia y el constante trajinar en la entrepierna de las amantes, en poesía.

La influencia de la mirada del otro incitan al descontento y incluso a la denigración; el temor al fracaso por no dar con lo que se espera genera en las mujeres un constante malestar que los médicos, obsesionados entre lo normal y lo patológico, traducirían como angustia, pánico, manía razonante, demencia lúcida, neurastenia, clorosis e histeria.

Los síntomas específicos del sufrimiento femenino tienen su origen, según la psiquiatría de la época, en su sexo, y sus trastornos fueron agrupados cómodamente bajo el término “la enfermedad de las mujeres”. La más precoz de estas enfermedades era la clorosis y hordas de pálidos “ángeles” de una blancura verdosa invaden la iconografía, pueblan las novelas y atestan la consulta del médico.

La tentación del angelismo, la exultación de la virginidad y el temor de la luz solar son algunas de las creencias que hacen que las familias mantengan a las jóvenes delicadas y débiles. 

Por extraño que parezca hoy, la clorosis era atribuida a una disfunción del ciclo menstrual, de la matriz y a una manifestación involuntaria del deseo amoroso. Y la prescripción terapéutica era prohibir todo cuanto favoreciera la pasión en espera del verdadero remedio: el matrimonio.

En tanto la medicina avanzaba, los hombres velaban sobre el despertar del deseo femenino poniendo en práctica para estas jóvenes mujeres anémicas una suerte de higiene moral incitando al matrimonio a edades cada vez más precoces.

De allí, a la histeria sólo faltaba el lecho conyugal. La mujer histérica obsesiona la vida doméstica y rige las relaciones sexuales. Y durante decenas de años se consideró un mal específicamente femenino. La histeria había sido descripta en la antigüedad como la manifestación independiente del útero que actuara como un animal agazapado en el interior del cuerpo; es decir, el deseo era independiente de la conciencia de la mujer y la atravesaba. Los médicos del siglo XIX sostienen aún esta concepción destacando la función de la matriz y su misteriosa relación con el deseo.

Para ellos, la ovulación y la “regla” eran un misterio. Y esta “enfermedad” estaba ligada a la condición misma de ser mujer: una gran sensibilidad y ser más emocional, lo mismo que la hace buena madre y buena esposa. Esa misma casta esposa puede ser atravesada por esa fuerza natural interna, proveniente de su útero, y convertirla en una ninfómana.

De ahí que comenzara a aconsejar a los maridos temerosos de la sexualidad de su mujer, impotentes o lisa y llanamente infieles, la satisfacción razonable del deseo sexual de la esposa acompañada de dosis de ternura, en pro de una vida conyugal apacible. De esta manera la mujer desplegará sin riesgos su sensibilidad sin llevarla a una sensualidad excesiva y, por supuesto, amenazante para el hombre.

Cuando esta propedéutica no funcionaba, fuera porque la mujer era soltera o viuda, las terapias a las que fueron sometidas las damas son dignas de verdaderas escenas de terror. Algunas, con la suma del título de “brujas”, fueron crucificadas, sometidas a flagelaciones por parte de sus  párrocos, objetos de exorcismos u obligadas a fornicar con un sacerdote. 

Y muchas de ellas, fueron objeto de espectáculos inauditos, de teatros en los que la mujer escenificaba su dolor y hacía acto su angustia existencial, como el célebre teatro de La Salpêtrière, creado por el famoso doctor Jean-Martin Charcot. Éste exhibía a las “histéricas” ante un público formado por artistas, escritores, publicistas y políticos. 

¿Qué veian estos rijosos hombres? ¿Cuáles eran, para ellos, los síntomas de las histéricas? Las posiciones siempre eróticas de las mujeres, la mirada provocadora, la sonrisa equívoca, el contoneo sensual, el gesto seductor. Para los hombres será desde entonces muy peculiar la manera de confundir con las manifestaciones de una enfermedad las técnicas de seducción de una mujer, los delirios del orgasmo femenino o las provocaciones de una chica de la calle. 

Este doble fenómeno es largo y complejo de explicar, pero queda claro que estos voyeurs con título, estos perversos con permiso, se regocijaban y complacían en la exhibición de la sexualidad de las mujeres, ese montón de locas, ya sea en la dimensión de su sufrimiento real ante el deseo no satisfecho como en el despliegue netamente femenino de la pura, elemental y básica seducción. 

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/304770

Mundo Social de Mendoza. Señorita Silvia Gomensoro (foto año 1920)


Lección para ir al baño

Foto: Lección de ir al baño ...

Edificio del Correo Argentino. Ubicado en calles Colón y San Martín. Ciudad Capital de Mendoza (foto año 1951)




lunes, 27 de octubre de 2014

Imagen de la construcción de la Municipalidad Ciudad Capital de Mendoza (foto Setiembre 1968)




Ángeles sucios, bellos y con peluca. Las mujeres del siglo XIX

Las mujeres del siglo XIX sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían y tapaban sus olores con litros de agua de Colonia. Quizá fue el uso excesivo de perfume la sustancia mágica que embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales.

Entre las mujeres surgió una nueva enfermedad provocada por la mala postura: la lordosis.


Mientras más pálida, inmaterial, solitaria, silenciosa, misteriosa y de paso leve, mejor. Ese tipo de mujeres era el que buscaban los románticos para amar, sufrir y hacer literatura con más o menos éxito. 


La invención de una nueva técnica en la danza, el ballet y su baile de puntillas, estiraba las siluetas de las bailarinas y les otorgaba una ligereza aérea. “La mujeres no son de este mundo” pudo haber dicho cualquier pretencioso émulo de Rilke, Bécquer o Poe, porque las damas perdían hacia la mitad del siglo XIX su envase carnal para convertirse más que nunca en ángeles, musas, hadas, princesas, ninfas, hechiceras, sacerdotisas o ménades. El repertorio es amplio.

Las heroínas de las novelas, las Eloísas, Camilas, Virginias y Amalias, entre muchas otras, eran gráciles, delicadas y pálidas pero no tenían ni un pelo de tontas. Las chicas no dejaban de coquetear con los chicos y se aplicaban a destacar sus encantos más visibles, metros de ropa mediante: los senos y el cabello.

Las románticas ofrecían sus amplios escotes a la mirada masculina sonriendo sin rubores ni timidez, en tanto se respetara el viejo mandato de “se mira y no se toca”. Tanto es así que apareció entre las mujeres una nueva enfermedad provocada por la mala postura de las coquetas: la lordosis. 

Este doloroso padecimiento se producía porque las provocadoras, corset mediante, arqueaban la columna vertebral en una antinatural curva que hacía más prominentes sus glúteos y les adelantaba el pecho para mostrar provocadoramente los senos como un mascarón de proa viviente, de modo que en conjunto, que los dones anteriores y posteriores de su anatomía de ninguna manera pasaran inadvertidos. Básicamente, la misma postura artificial de las siliconadas chicas “hot” de hoy.

Y tampoco dejaban de estar nunca muy bien peinadas. Las mujeres con poder adquisitivo usaban los amplios rizos ingleses, “en los que debe entrar un dedo”, delicados peinados verticales, generosas diademas, elaborados moños y cintas y complejos postizos y extensiones; éstos le permitían a las mujeres de menores recursos ganar algo de dinero con la venta de sus largas melenas con las que los maestros peluqueros confeccionaban maravillosas trenzas y apliques.

Por temor a los resfríos, el cabello no se lavaba sino que se cepillaba minuciosamente. Para rascarse la cabeza, que les picaba y mucho, las elegantes usaban unas largas agujas, generalmente de hueso. Los baños regulares y a conciencia eran casi desconocidos para estos ángeles sucios, objeto de devoción de los hombres y blanco de las arteras flechas de Cupido.

Las etéreas musas sólo se lavaban las partes del cuerpo que se veían, es decir, el escote, el cuello, la cara, los brazos y las manos, y tapaban sus no tan leves olores con litros de agua de Colonia. 

Quizá fuera el uso excesivo de perfume de las damas, que al fin y al cabo, también es alcohol, la sustancia mágica que mareaba a los hombres y embriagaba a los poetas para transformarlas en criaturas ingrávidas, castas, perfectas, ideales. De otro mundo. 

Patricia Rodón


Fuente: http://www.mdzol.com/nota/303098

Moda. Femenina año 1917.


  
1. Bonito Tailleur de paño beige. La falda va tableada y el saco fruncido y adornado con botones. (1917)
2. Una linda echarpe de armiño, sombrero de alta copa y el manchón con fruncido , de tafeta negro (1917)



 

3. Modelo de color rojo, con cuello y chaleco de raso, sombrero de paja tejida rojo y blanco (1917)
4. Precioso vestido de genero gris perla, muy adecuado para visitas de tarde (1917)









Aspecto de la Avenida Mitre. Ciudad de San Rafael. (año 1944) Provincia de Mendoza




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