jueves, 16 de mayo de 2013

Las más malas de las malas: mujeres perversas de la historia

Son las protagonistas de los mitos, la base de las leyendas más crueles, las reinas del placer, el dolor y la muerte. Seductoras, astutas, traicioneras, ambiciosas, buscaron el poder y lo consiguieron usando el sexo, la violencia y el veneno. Conocé a un puñado de mujeres temibles.
"Susana en el baño", de Jacopo Robusti, Il Tintoretto (1557). (Foto pintura.aut.org)

"Diana cazadora con arco y flecha",
fresco del Museo Arqueológico Nacional
de Nápoles. 

Tertuliano decía que las mujeres eran “la puerta del Diablo”: Tolstoi escribió en su Diario que “es evidente que todos los desastres, o una enorme proporción de ellos, se deben al carácter disoluto de las mujeres”, 


Las malas son encantadoras. Emanan intensidad, inteligencia y seducción. Han capturado, vencido y pisoteado los corazones de los hombres a lo largo de la historia. Han conquistado reinos, han provocado guerras y hecho rodar miles de cabezas, masculinas, claro. 

Son las protagonistas de los mitos, la base de las leyendas más crueles, las reinas del placer, el dolor y la muerte. Siempre con los pies, las sandalias o los tacos sobre la tierra son expertas en zaherir, en exigir, en permanecer, en dominar.

Hombres y mujeres son crueles y perversos, pero a ellas se las demonizado y admirado, se las odiado y amado, temido y celebrado. 

Mientras que el mundo masculino ha permanecido en la esfera de lo abstracto, en la búsqueda especulativa de difusas realizaciones, el imaginario femenino se ha relacionado siempre con lo real, lo evidente inmediato, lo concreto. 

Astutas, pícaras, crueles, traicioneras, abusadoras, manipuladoras, mentirosas, caprichosas, altivas, ambiciosas, seductoras, sin corazón: ningún adjetivo escapa a su sino perverso.

La envidia, la ira y la venganza son elementos constitutivos de la perversión que, en el caso de las mujeres se tornan impúdicos, haciendo uso de métodos brillantes que no requieren de la violencia explícita, sino sólo de la moral o psíquica. Su perversión es delicada, misteriosa, solapada; tal vez, las fuerzas que las mueven sean inconscientes y ellas sólo se dejan llevar al advertir el poder que tienen.

Escena de la flagelación y baile de la bacante desnuda; se halla en la Villa de los Misterios, en Pompeya.
Las más malas de las malas

Clitemnestra apuñaló a Agamenón mientras se bañaba; Herodías manipuló a Salomé para recibir la cabeza del Bautista en una bandeja; otro tanto hizo Agripina, la madre de Nerón, hasta terminar de desquiciar a su hijo; Mesalina, la emperatriz de la lujuria, terminó convirtiéndose en sinónimo de maldad femenina; la Condesa Sangrienta, que se bañaba en la sangre de las criadas a las que torturaba.

Todas ellas cuando llegaron al poder se sirvieron de “la manipulación de la maternidad, la sexualidad, los venenos mediante la comida, las intrigas y el desprestigio de la honra ajena”, apunta Susana Castellanos de Zubiría en su ensayo Mujeres perversas de la historia.

Aunque muchas veces se las ha considerado como liberadas sexuales, la mayoría de ellas ponía su deseo en el poder, en dominar a los hombres y humillar a las demás mujeres; en decidir sobre todo y para siempre, en causar daño intencionalmente y corromper las costumbres y el orden establecido. 

Lo cierto es que el ancestral miedo del hombre hacia la mujer abrevó en la idea de tener un ser maligno cerca, ya sea bajo la forma de esposa o de amante, y se asoció a la mujer en general. Y el hecho de que ocuparan puestos públicos tradicionalmente masculinos, de dirección y gobierno, su independencia, su hermosura y su capacidad de decisión propias acrecentó tanto el miedo masculino como la idea de amenaza ya que esto atentaba contra la imagen maternal, virtuosa y abnegada de la mujer.

Estas figuras femeninas aparecen ya en los relatos bíblicos y en la literatura clásica. “Algunas de esas mujeres, como Lilith, Semíramis, Circe, Dalila y Cleopatra, delinearon la imagen de femme fatale que ha llegado a nuestros tiempos. Otras, como Medea y Clitemnestra, por el horror que suscitan sus venganzas  despiadadas y el hacer justicia por su cuenta”, anota De Zubiría.

Antiguo relieve que representa a Lilith.
Las “serpientes” de la Biblia

Eva, Jael, Dalila, Jezabel, Judit, Herodías y Salomé con algunas de las mujeres que aparecen en la Biblia como seres despiadados y manipuladores. 

Pero Lilith es la mala que emerge desde la noche de los tiempos, una leyenda que pasó a la historia a través de la demonología hebrea. Su nombre significa, según diversos análisis y escuelas, “espíritu”, “noche”, “lamia”, “criatura nocturna”, “lechuza”.

Según algunos estudiosos, a partir de una interpretación del Génesis, fue la primera mujer de Adán, hecha como barro como él, es decir, con los mismos derechos. Era hermosa, de cabellos rojizos y ojos verdes. 

Ella no sólo no obedecía a Adán sino que se negaba a tener sexo  excepto que ella estuviera sobre él y no a la inversa. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo y por lo tanto soy tu igual”, le decía a Adán. Como éste trató obligarla, Lilith abandonó a Adán y al Edén; en el Mar Rojo se reunió con Asmodeo que sería uno de sus amantes. Luego sería demonizada como bruja y como súcubo.

Jael utilizó la debilidad masculina para matar fríamente a Sísaro, un enemigo del pueblo de Israel. Ella lo invitó a su tienda, le sirvió leche en un tazón y cuando Sísaro se durmió le atravesó la cabeza con una estaca y un martillo y lo clavó al suelo. Carga con el estigma de ser una heroína asesina.

Según el relato bíblico de Jueces, el fuerte y maduro Sansón se enamoró de la joven Dalila. Ella aceptó una gran suma de dinero por averiguar el secreto de la fuerza del poderoso juez y haciendo uso de su poder de seducción y de sus locuaces palabras logró que el gigante se lo revelara: su poder residía en su cabellera. La traicionera Dalila se aseguró de cobrar el dinero, durmió a Sansón e hizo que un sirviente cortara las siete trenzas del incauto enamorado. Él fue capturado, cegado y luego asesinado.

La princesa fenicia Jezabel, la “no exaltada”, fue la esposa del rey Acad a quien a controlaba merced a sus encantos y astucia. Al mejor estilo de una tiranía, importó el culto a Baal desplazando el de Yahvé por lo que hizo pecar al pueblo de Israel de idolatría. Jezabel mató a todos los profetas que Dios envió a Acad y cuando éste murió, ella gobernó a través de sus hijos. Pero Jehú no sucumbió a sus encantos y ordenó asesinarla tirándola por una ventana y fue comida por los perros. “No hallaron nada de ella, sino el cráneo y los pies y las palmas de las manos”, relata elLibro de los Reyes.
"Judith avec la tête d'Holopherne", óleo de Rubens (1620-1622).
El general Holofernes sitió durante más de 33 día la ciudad judía de Betulia: cuando la ciudad estaba a punto de caer, la hermosa viuda Judith se atavió con sus mejores vestidos y fue al campamento del invasor. Una vez frente a Holofernes, lo enamoró tanto que éste ofreció una fiesta para ella en la que bebió de más; mientras el militar dormía Judith lo decapitó con su espada y salió del campamento con la cabeza de Holofernes en una bolsa. Al día siguiente, los invasores fueron derrotados.

Herodías se casó con su tío, Herodes Filipo, con quien tuvo a Salomé; pronto lo abandonó para “casarse” con Herodes Antipas, hermanastro de su primer esposo, porque tenía un mejor futuro. Juan el Bautista denunció públicamente a Herodías de adúltera provocando un odio letal en la ambiciosa mujer y un temor profundo en su marido quien no se atrevía a matarlo como ella quería después de haber ordenado su prisión. Esperó dos años y en el cumpleaños de Herodes, hizo que su hija Salomé provocara a su ebrio padrastro y tío con una sensual danza. Rendido por la excitación, Herodes le ofreció cualquier cosa que ella pidiera y ella, a instancias de su madre, pidió la cabeza de Juan el Bautista. Y la tuvo.


"Medea", en una obra de Frederick
Sandys (1868).
Hechiceras divinas

Las hechiceras del mundo antiguo son tan numerosas como eficaces. Pandora, Circe, Medea, Semíramis Olimpia de Epiro y Cleopatra VII se convirtieron en los modelos clásicos para ilustrar cómo los dioses podían manipular sutilmente a los hombres a través de la belleza arrolladora y de los actos tramposos de las mujeres.

Pandora, cuyo nombre significa “toda dones”, abrió la caja en la que Zeus había encerrado todos los males y miserias del mundo para vengarse de los hombres que le habían robado el fuego y se convirtió en el origen del mal de la humanidad; como en la tradición bíblica, en la griega, el origen del mal proviene de una mujer. 

Circe es la gran hechicera de Homero, capaz de metamorfosear a hombres en animales, retuvo a Odiseo junto a ella durante un año seduciéndolo y colmándolo de placeres.

Entre estas hechiceras destaca Medea, quien tenía el poder de hacer invulnerables a los jóvenes, devolver la juventud a los ancianos y de transformar los materiales. Ella custodiaba el Vellocino de oro y se enamoró perdidamente de Jasón cuando éste llegó a la Cólquide para llevárselo. Lo amó tanto que Medea lo ayudó a domar dos toros de bronce, a dormir a un dragón y a robar el vellocino; huyó con él, degolló y cortó en pedazos a su hermano para que su padre no pudiera perseguirlos; convenció a las hijas del rey Pelias de Yolco para que mataran y cocinaran a su padre asegurándoles que luego lo reviviría pero cuando llegó el momento de hacerlo dijo que había olvidado el conjuro.

La pareja tuvo varios hijos pero al cabo a de diez años Medea, que siempre había ayudado a Jasón, descubrió que él cortejaba a otra mujer. Fingió que lo entendía y como regalo de bodas envió un bello traje que se incendió en cuanto la novia se lo puso: ella, su familia y su palacio, todo quedó reducido a cenizas. Pero Medea fue más allá: incendió su propia casa con sus hijos adentro. Le dijo a Jasón que lo había hecho para que él sintiera un dolor semejante al que ella había sentido cuando estaba con la otra mujer. Jasón se suicidó.
Estatua del siglo I d.C. de Livia Drusila.
Cien por ciento perversas 

Livia, Mesalina, Agripina y Locusta constituyen un grupo de verdaderas creadoras de pesadillas y expertas en venenos.

La bella Livia Drusila, emperatriz de Roma, fue esposa y mano derecha de Augusto, madre de Tiberio y Druso, abuela de Germánico y Claudio, bisabuela de Calígula y tatarabuela de Nerón. De ella su descendencia aprendería que los asesinatos dentro de la misma familia son extremadamente útiles para llegar y mantener el poder. Livia habría envenenado a más de una veintena de parientes. 

Agripina, hermana de Calígula y madre de Nerón, amaba el poder e hizo todo lo que estuvo en su mano, y en su cuerpo, para lograrlo. Tuvo sexo con su hermano, se prostituyó en la corte,  mató a su primer marido, conspiró para asesinar a su hermano y luego se deshizo de su segundo marido, su tío Claudio. El veneno fue su arma más eficaz y la hechicera Locusta su mejor aliada.

Su hijo Nerón subió al trono y ella gobernó a través de él. Hasta que Nerón comenzó a rebelarse frente a los desplantes de su madre a pesar de que ella lo había iniciado sexualmente y era una de sus amantes. Cansado de la permanente crítica y del acecho de su madre, la envió a vivir a otra casa y se consiguió una amante parecida a ella. Pero Agripina era asfixiante: Nerón intentó envenenarla tres veces pero ella tomaba antídotos; trató de ahogarla en un barco arreglado para naufragar pero ella se salvó nadando. Finalmente, la acusó de intentar asesinarlo y le envió un grupo de verdugos a los que Agripina les ofreció el vientre. Cuando Nerón vio el cadáver de su madre, se alegró.
"Locusta y Nerón prueban el veneno",
obra de Sylvestre (1870).
Si Agripina estaba loca por el poder, Locusta (en latín, insecto) fue un instrumento del poder. Se dice que conocía los secretos de las plantas y que era inmune a todos los venenos. Su primera víctima fue su marido, a quien mató porque la maltrataba. Su especialidad eran los llamados “polvos de sucesión” cuyo ingrediente principal era el arsénico. Sus clientes eran ricos y codiciosos romanos que ansiaban el deceso de rivales, parientes ancianos o cónyugues.
Mesalina, Agripina y Nerón también se sirvieron de su lóbrega ciencia. Tras la caída del emperador, para quien había envenenado a su hermano Británico, Locusta fue condenada a morir como responsable de 400 muertes. Según Apuleyo su castigo fue atroz, nacido de otra mente perversa: Galba, el nuevo emperador, ordenó que Locusta fuera amarrada y públicamente violada por una jirafa y luego descuartizada por leones.
Manipularon la maternidad, la sexualidad, los venenos, las intrigas y el desprestigio de la honra ajena. Buscaron el poder y lo consiguieron. Y muchas de ellas tuvieron finales tan terribles como los que infringieron a sus víctimas.

Fuentes: Las mujeres de la Biblia, de Frances Vander Velde; Después de la manzana. Mujeres en la Biblia, de Naomi Harris Rosenblatt; El sexo en la Biblia, de Marco Schwartz; Mujeres perversas de la historia, de Susana Castellanos de Zubiría; Diosas, brujas y vampiresas, de Susana Castellanos de Zubiría; Las escandalosas. Veinte mujeres que han hecho historia, de Patrizia Carrano.

Patricia Rodón

Juego de la Lucha Romana (año 1903) Mendoza


La Lucha Romana o de los Gigantes, era una buena ocasión para conocer los caracteres de los niños. Las piernas, el tórax. Los brazos y la cintura son sometidos a movimientos que difícilmente los niños realizaban en otros juegos. La lucha es la síntesis de una buena educación gimnástica 


miércoles, 15 de mayo de 2013

Pornocracia, religión y crimen: las rameras santas

Fueron las ideólogas de las primeras matanzas religiosas, las líderes de la intolerancia en nombre de la fe y se metieron en la cama de reyes y de Papas para envenenar a sus enemigos, alimentar hogueras con herejes y comenzar verdaderas campañas de exterminio.
"La rendición de Granada", de Francisco Pardilla y Ortiz (1882). (Foto www.museodelprado.es)
Si sus antecesoras fueron las protagonistas de los mitos, las reinas del placer y de la muerte, este grupo de mujeres comparte con ellas la crueldad, la ambición de poder y el uso inteligente de su sexualidad. Y agregan un ingrediente nuevo: el fanatismo religioso.


Arteras, se disfrazaron de piadosas para dar rienda suelta a sus más profundos odios y fueron las ideólogas de las primeras matanzas religiosas y las artífices de las más crueles persecuciones en nombre de Cristo. No vacilaron en meterse en la cama de reyes y de Papas para erigir monstruosas hogueras, verter venenos en copas y comenzar verdaderas campañas de exterminio.

Helena de Constantinopla, o Santa Helena, fue quien por venganza le dio rango de religión y no de secta al cristianismo; la emperatriz Teodora castraba a quienes no siguieran la palabra de Cristo; en plena Edad Media, Teodora y su hija Marozia fueron las protagonistas de la pornocracia y manejaron desde el lecho de los pontífices la política de Italia; Isabel la Católica mandó a la hoguera a más de dos mil personas, expulsó a los judíos de la España del siglo XV y fue la “madre” de la Santa Inquisición en nombre de la fe verdadera y María Tudor, su nieta, “La sangrienta” Bloody Mary, hizo lo mismo como reina de Inglaterra. 

Todas se sirvieron de la palabra de Dios y enmascararon con mejor o peor suerte sus apetitos sexuales detrás de la utilería de la Iglesia y de la infinita imaginería religiosa repleta de vírgenes y santos, para hacer del fanatismo religioso un instrumento de poder y una máquina de guerra. Y de venganza.

Icono oriental ortodoxo de Constantino
el Grande y Santa Helena, su madre.
El uso de la cruz con fines políticos


A fines del siglo III el cristianismo era una secta que proliferaba en las clases bajas del Imperio romano; despreciados, los primeros cristianos habían sido cruelmente perseguidos por el emperador Diocleciano. Y fue la perfidia de una mujer quien los salvó.

Helena, pasó a la historia como Helena de Constantinopla o Santa Helena, era plebeya, concubina del rey Constancio y fue la madre de Constantino. Lejos de ser un modelo de piedad, persiguió a los hijos y nietos “legales” de su amante que la había repudiado, abrazó el cristianismo y convirtió a su hijo a la secta repudiada sólo para agraviar al rey. 


Tras un halo de beatitud ocultaba un profundo resentimiento y sangrientos deseos de venganza.

Después de veinte años de conspiraciones y asesinatos urdidos por Helena, Constantino el Grande asumió como emperador y fue ella quien le aconsejó dar entidad de religión a la nueva secta ya que el apoyo de los cristianos era esencial para sostener el nuevo poder político. 


Con ello y decenas de medidas que tomaron después, Helena le daba un golpe mortal a Roma, a los aristócratas que la habían despreciado y a su ex amante. Ella inauguró la intolerancia religiosa, la persecución de los paganos, la discriminación de los judíos; instauró el día domingo como el día de descanso, dio forma al concepto de herejía y dio pie a sangrientas luchas y masacres. Y con el fin de mantener el poder que tenía sobre su hijo se valió de una mentira para que Constantino matara a su mujer (la ahogó en agua hirviendo) y a su hijo. Con ellos, Helena sumaba dos muertos más a su historia criminal. Fue la primera emperatriz cristiana.

Mosaico que representa a Teodora, de
Meister von San Vitale (ca. 547).
Teodora nació en una familia dedicada al entretenimiento circense; pero la pobreza y la falta de talento en la música, la danza y la acrobacia la llevó, junto a sus hermanas, a dedicarse a la prostitución desde niñas.
Teodora sobrevivió a muchas enfermedades que la acosaron y decían que tenía un demonio adentro tan poderoso como su temperamento. No destacaba en el circo ni por su belleza ni por su arte, sino por su falta de pudor sexual ya que protagonizaba escenas escandalosas con hombres y animales. 


Era una maestra en el sexo. Valiéndose de este poder, de una férrea sangre fría y de su inteligencia privilegiada, se convirtió en la emperatriz bizantina esposa de Justiniano I. Temiendo que su marido se enterara de que tenía un lúbrico pasado que incluía un hijo, hizo asesinar al joven.

Como Helena, aparentó una profunda virtud cristiana para perseguir y matar a los ricos, a quienes la habían ofendido en el pasado y, de paso, a quienes no practicaran la fe en Cristo. La condena era la tortura y la castración, actos que Teodora supervisaba personalmente. 


Pornocracia: el reinado de las rameras

El siglo X fue llamado el “siglo oscuro” de los Papas, trece pontífices ardieron en las llamas del sexo puro y duro y Marozia, su madre y su hijo fueron los protagonistas de su caída. La hermosa, ambiciosa y voluptuosa Teodora, que enseñó todas artes a su hija Marozia, quería que su aristocrática y poderosa familia se ligara al papado. Para lograrlo, se sirvió de mil argucias y ordenó no pocos asesinatos, hasta que su amante fue nombrado Papa como Sergio III. Corría el año 904 y se dice que fue “el peor que haya tenido la Iglesia” por los múltiples crímenes en los que estuvo involucrado y porque su lujuria sin límites.

Marozia superó a su madre: comenzó su carrera a los 15 años en la alcoba papal y se convirtió en una de las mujeres más poderosas de su época. “Su estrategia fue entrelazar sin pudor, y para su total provecho, la política y la religión con cintas amatorias. Su particularidad consistió en haber logrado, en un ambiente como el pontificio, la capacidad para determinar la elección de varios Papas y ordenar la muerte de algunos de ellos”, analiza Susana Castellanos de Zubiría en su interesante ensayo Mujeres perversas de las historia.

Grabado de la época que representa a
Marozia.
Fue amante del amante de su madre, Sergio III, y tuvo un hijo con él. Algunas fuentes dicen que Sergio era el verdadero padre de Marozia, llamada “la Papisa”. Se casó a los 17 años visiblemente embarazada y a los 19 mandó a matar al Sumo Pontífice, su amante y su padre. 


Teodora y Marozia eligieron al nuevo Papa, lo usaron como amante y como títere y luego lo mataron; las mujeres se sirvieron de la combinación de sexo e intriga para elevar al trono de Pedro a varios Papas y deshacerse de ellos con la misma facilidad cuando dejaban de ser útiles. Sin embargo, Juan X, amante de Teodora, tuvo la oportunidad de demostrar su valor como estadista y soldado cuando los sarracenos llegaron a 50 kilómetros de Roma a los que finalmente logró derrotar.

Esto disgustó tanto a la madre como a la hija y convirtieron a Roma en un caldero de rencillas, rencores y odios viscerales contra Juan X. En este hervidero de intrigas y venganzas, los padres y el primer marido de Marozia fueron asesinados; se casó nuevamente, urdió un plan para hacerse con el poder de Roma pero fracasó; cuando volvió a intentarlo, triunfó y mandó a encarcelar a Juan X de por vida.

Luego, llegarán nuevos maridos y nuevos hijos (uno de ellos fue el Papa Juan XI), pero el primero, aquel que tuvo con su padre, Alberico II se vengó de su familia de forma lapidaria: tomó el poder, desterró a la familia y encerró a su artera madre durante 23 años hasta su muerte.
"Isabel de Castilla", retrato atribuido a
Juan de Flandes (ca. 1500). Se encuentra
en el Museo del Prado.
La gran reina nazi


Mientras en torno de Lucrecia Borgia empezaba a construirse una leyenda negra de corrupción sexual, jugadas maquiavélicas, asesinatos de maridos y familiares, veneno escondido en un anillo hueco e incesto con su padre Rodrigo Borgia, el Papa Alejandro VI, y con su hermano César, otras mujeres dominaban la escena renacentista con su malicia.

En nombre de Dios, Isabel la Católica mandó a la hoguera a más de dos mil personas, expulsó a los judíos de la España del siglo XV, fue la “madre” de la Santa Inquisición española, la generala del ejército que expulsó a los árabes y la ideóloga de la conquista y destrucción de los pueblos americanos. Quinientos años después el dictador Francisco Franco quiso convertirla en santa. 

Sus biógrafos relatan que la joven Isabel rezaba para que Dios la convirtiera en su instrumento y lo hizo en oscuros, húmedos y sucios calabozos en donde miles de “herejes” eran torturados hasta la muerte, en medio de gritos de dolor a los que ella era inmune.

Desde los tres años estuvo comprometida con Fernando de Aragón, su primo, pero por diversos intereses políticos su familia intentó romper este acuerdo matrimonial para casarla con otros príncipes y nobles; ella, de carácter altivo y arrogante, ella se negó porque consideraba que Fernando era el mejor candidato para esposo, procuró que el papa Borgia, que era valenciano, los dispensara por la consanguinidad y casó con él. Fue también Alejandro VI quien les otorgó el título de Reyes Católicos, negocios mediante.

"La reina María Tudor, reina de
Inglaterra", de Antonio Moro 1554.
Su nieta María Tudor, hija de su hija Catalina y de Enrique VIII, fue tan fundamentalista en los temas religiosos y tan astuta y testaruda como ella, tanto como para la apodaran “la Sanguinaria”.
El cóctel Bloody Mary fue creado en honor a ella, porque durante su reinado envió a la hoguera a miles de protestantes en una Inglaterra que apenas unos años antes por orden de su padre se había convertido a esta creencia.


Llegó al trono con 37 años, soltera, una historia familiar que producía escalofríos y una vida personal llena de humillaciones. Decidió vengarse de los protestantes y de los nobles, se rodeó de asesores religiosos y se enamoró perdidamente de su sobrino.

Los ingleses conjuraron y se rebelaron contra la reina para impedir este matrimonio con un español católico. María, enfurecida, salió a las calles para arengar a los católicos contra los protestantes y el pueblo la apoyó. “La Sanguinaria” decidió matar a cualquiera que se le opusiera y lo hizo en las llamadas Persecuciones Marianas. 


María odiaba profundamente a su hermana Isabel, a quien había encerrado en la Torre de Londres; y mientras frustrada y furiosa al mismo tiempo tuvo dos embarazos imaginarios y su marido (que sería más tarde el temible Felipe II) se paseaba por el continente con otras mujeres miles de hogueras intoxicaron con el olor a carne quemada el aire de Londres: obispos, nobles, eruditos, estudiantes, sacerdotes, campesinos, artesanos, pasaron por el fuego. Quienes mostraban compasión eran arrestados, cientos fueron detenidos por ser considerados herejes y torturados. Las personas especialmente odiadas por la reina tenían muertes lentas y dolorosas. Esta intolerancia hizo que miles tomaran el camino del exilio. 

Fuentes: Mujeres perversas de la historia, de Susana Castellanos de Zubiría;Diosas, brujas y vampiresas, de Susana Castellanos de Zubiría; Las escandalosas. Veinte mujeres que han hecho historia, de Patrizia Carrano; Los Papas y el sexo, de Eric Frattini; www.albaiges.com/religion/papisamarozia.htm; www.cayocesarcaligula.com.ar/papado/pornocracia_papal.html.

Patricia Rodón

Curiosidades Históricas. Eureka! Arquímedes (287-212 a. C.)


Se le atribuye al sabio griego Arquímedes (287-212 a. C.), alumno de Euclides, el descubrimiento de laley de la flotabilidad. Se cuenta que Hierón, rey de Siracusa (ciudad natal de Arquímedes), sospechando de un orfebre que le había hecho una corona, le pidió que demostrara si dicha corona era de oro puro o adulterado; pero tenía que demostrarlo sin dañarla de ningún modo. AArquímedes no se le ocurría cómo hacerlo, hasta que un día, al meterse en el baño y observar cómo subía el nivel del agua y se desbordaba la bañera exclamó "¡Eureka!", que significa "¡Lo encontré!", y salió a la calle desnudo gritando "¡Eureka! ¡Eureka!". Su idea era medir el agua desplazada por la corona y luego el agua desplazada por un peso igual de oro. Se desconoce el resultado de la verificación.

martes, 14 de mayo de 2013

Dame tus pecados: sexo en el confesionario

El catolicismo de la Argentina colonial se concentró en la admonición de los pecados de la carne y el confesionario fue el escenario donde las mujeres contaban sus secretos. A los hombres, los sacerdotes evitaban hacerles preguntas relativas a la lujuria y eran indulgentes con las penitencias.
Los curas controlaban los hábitos sexuales de una pareja dentro del matrimonio, condenando cualquier práctica que no llevara a la procreación. (Foto MDZ / Patricia Rodón)


Placeres solitarios, fantasías sexuales y ensoñaciones frente al encuentro real de los cuerpos son la base de la culpabilidad que mujeres y hombres padecían y debían confesar ante un severo sacerdote que parecía regocijarse ante el tímido relato. Durante el siglo XIX el sacramento de la confesión y la posterior penitencia se convirtieron en moda, obligación y presunta salvación al mismo tiempo.


El cura, representante del tribunal de Dios, era una especie de censor todopoderoso con cualidades inquisitoriales que podía salvar o condenar, culpar o señalar en lo íntimo a una persona en procura de la salvaguarda de la moral familiar. El catolicismo de la Argentina colonial se concentró en la admonición de los pecados de la carne y la iglesia, con su confesionario, en el escenario donde los fieles, especialmente las mujeres, franquearían sus secretos. 

El confesionario, de gran teatralidad como todas las escenografías religiosas, propiciaba la murmuración del pecado: dentro del cubículo preferiblemente de madera, tras las labradas ventanillas y el cortinaje oscuro, en la doble penumbra del pacto de silencio, el sacerdote escuchaba a la contrita penitente, que de rodillas, con el velo sobre el rostro y con las manos juntas susurraba con voz grave los actos, fantasías y deseos que consideraba transgresiones. 

Y el cura de parroquia, del campo o de la ciudad, va adquiriendo tal poder que la figura del confesor se va convirtiendo en un personaje esencial y especial dentro de las comunidades. El acudir diariamente a misa y el confesarse una vez por semana se convierte hacia 1800 en el Río de la Plata en una conducta que mezclaba la moda con la obligación entre las españolas y criollas de las ciudades, más allá de la relativa devoción que estas damas pudieran sentir. 

Los especialistas coinciden al subrayar que la confesión y su penitencia era un sacramento casi exclusivamente femenino, puesto que se trataba de una “confesión de dependencia”, es decir, se consideraba que el cura tenía entre los mandatos de su catecismo personal “la misión de velar por la pureza de la joven, la fidelidad de la esposa y la honestidad de la sirvienta”.  

En tanto, los hombres dejaban de frecuentar el confesionario después de la primera comunión y se mostraban más reticentes a la confesión. Por ello, cuando un hombre se presentaba en el confesionario, las autoridades eclesiásticas aconsejaban a los sacerdotes “no hacer esperar a los caballeros, evitar hacerles demasiadas preguntas en el capítulo lujuria” y ser indulgentes con las penitencias. 

Como contrapartida, en el caso de las mujeres los policías de Dios incluso llegaban a negar o retardar la absolución para castigarlas por sus pecados, hecho que llevaría a muchas jóvenes y señoras a los horrores del delirio religioso, de la autoflagelación y de la anorexia hasta llegar a la muerte al mantenerlas en la tortura de la culpa continua. 

El baile, la fiesta popular, el banquete de bodas, la frecuentación entre jóvenes y la simple coquetería: todo lo que hacían o decían la mujeres causaba la ira de estos tenebrosos legionarios de la moral, que podían condenar al infierno, con excomunión incluida, a la dama que usara un escote “indecente”. Incluso, muchos de ellos, fundamentalistas y voyeurs consagrados, recorrían los bancos de la iglesia -en una suerte de revista al estilo militar-, para inspeccionar la corrección del atuendo y del cabello de las mujeres. 

Bajo su sombrío poder también caerían los hábitos sexuales de una pareja dentro del matrimonio, condenando cualquier práctica que no llevara directamente a la procreación, cualquier juego que produjera placer y cualquier encuentro que excediera los límites de la “moral católica”.

El cura practicaba el espionaje sexual sobre su comunidad. Indiscreto, en el ámbito de la confesión, averiguaba todo sobre el comportamiento de la mujer que acudía a la iglesia, y también indagaba sobre la vida privada de familiares y vecinos. El supuesto experto en la ciencia del pecado incluso despertaba “nuevas” ideas en las jóvenes adolescentes mediante sus impúdicas preguntas, lo que equivalía a iniciarlas sexualmente mediante la palabra.

Las diversas prácticas y los rigurosos controles que los confesores de la Colonia imponían sobre la mujer pusieron de manifiesto su obsesión por ellas. El sacerdote estaba obsesionado por la figura femenina y sus encantos, por su proximidad y por su sensibilidad. 

Turbado y frustrado, seducido y seductor, el confesor con aspiraciones de confidente, atado al voto de castidad y sin embargo “mirón” de los juegos conyugales, vigilante de la moral, fisgón de las aventuras del lecho, fue entonces, y hasta bien adentrado el siglo XX, el triste tercero incluido en la cama. 

Patricia Rodón


Link permanente: http://www.mdzol.com/nota/398870/

Segregación (año 1939)


Presentamos una imagen de la parte posterior en los días de la segregación en los Estados Unidos. La imagen muestra un enfriador de agua en un terminal del tranvía en Oklahoma City, Oklahoma. La imagen muestra a un hombre negro joven que consigue un poco de agua de un barril de agua con la etiqueta "color". Fue tomada en 1939.

Fuente: Old Picture of the Day

Cosechando Papas. Departamento de Tupungato (año 1942) Mendoza


lunes, 13 de mayo de 2013

El lado oscuro de la fe: los Papas y el sexo

Una investigación sacude lo que desde hace siglos se juzgó como inconcebible en la Iglesia: el sexo, puro y duro visto a través de los ojos de los 261 sumos pontífices que ocuparon la Silla de Pedro, desde el mismísimo Pedro al actual Francisco.


"En el Vaticano lo divino y lo humano libran una batalla permanente y lo que no es sagrado, es secreto", dice el periodista e historiador Eric Frattini quien a través de su ensayo Los Papas y el sexo nos introduce en las oscuras estancias papales donde sus huéspedes escribieron historias de conspiraciones, vicios y sexo.
"Hubo papas casados y adúlteros; violadores y homosexuales; fetichistas y pederastas; travestis y vouyeristas; masoquistas y sadomasoquistas; hijos de curas, padres de papas e hijos de papas", afirma en su libro profusamente documentado.


En esta nota te ofrecemos algunas historias de los primeros papas, en cuyas biografías abundan los matrimonios, las “fiestas de amor” y las espúreas prebendas de todo tipo para los miembros de la Iglesia que desnuda la investigación Los Papas y el sexo, publicada por Espasa Calpe.

A través de sus páginas conocemos la trastienda de la disposición que obligaba a las mujeres a usar el velo durante las ceremonias litúrgicas, de la práctica de la castración para mantener el celibato y con el fin de no caer en la tentación y de la costumbre de salvar el alma cambio de oro; la sorpresa ante la condena de la zoofilia en el Concilio de Ankara en 314 que no era pecado hasta entonces; los detalles de las llamadas “fiestas del amor” en los templos, las causas de por qué hasta el siglo III solo se exigía castidad a los monjes pero no a los sacerdotes y cómo recién la prohibición de casarse se extendió al todo el clero a partir del siglo XI.

Te contamos cómo fue el uso de anticonceptivos, llamados “venenos de esterilidad” y “sustancias del diablo”, las claves de los decretos que obligaban a las mujeres a mantener intacta su virginidad durante sesenta años para poder convertirse en monjas y del permiso que tenían los obispos para casarse con la condición de que tratasen a sus esposas como “hermanas”, quién fue el primer papa en ir solo al baño ya que los sumos pontífices hacían sus necesidades acompañados por el llamado caballero de baño, cuya labor era limpiar la parte trasera papal y deshacerse de los sagrados desechos y cómo decenas de papas fueron canonizados por el solo milagro de haber protagonizado todo tipo de excesos. 

Pedro: su esposa, su suegra y su hija

Para la Iglesia católica, los papas son los sucesores de aquel a quien Jesús consideró el primero de sus apóstoles. Según el Evangelio de Mateo, fue Jesús quien le dijo a Pedro: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Pedro sería elegido como el primer guía de la Iglesia y, por tanto, el primer papa de la historia. 

Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas mencionan que Pedro estaba casado cuando conoció a Jesús y que habitaba en Galilea con su esposa y su suegra. Por esto mismo, Frattini afirma que fue el primer papa que practicó sexo, al menos con su esposa. En los evangelios de Lucas y Mateo, Pedro afirma: “Hemos dejado todo, nuestros hogares incluso, para seguirte”. Pedro abandonó su casa, pero no a su esposa. Es posible que Pedro fuese también acompañado de sus hijos. El cuerpo de santa Petronila, sepultado en Roma, es venerado como el de la hija de San Pedro.

Relaciones peligrosas: papas permisivos, corruptos y mártires

Pedro nombró a Lino como su sucesor; estaba casado y tenía dos hijas. A él se debe la disposición que obligaba a las mujeres a usar el velo durante las ceremonias litúrgicas. Poco más se sabe de este papa, apunta Frattini.

El siguiente papa fue Anacleto que también estaba casado y moriría mártir durante el reinado de Domiciano, pues criticaba abiertamente los excesos de este emperador, un libertino amante de las fiestas sexuales a las que él mismo definía como luchas de cama. 

Clemente fue el cuarto obispo de Roma y durante su época era una práctica habitual que muchos jóvenes cristianos se castraran para mantener el celibato y con el fin de no caer en la tentación, práctica que luego fue prohibida.

Del siguiente papa, Higinio, se sabe que era griego, que había viajado a Roma junto a su esposa y sus hijos para ejercer de profesor de filosofía. Fue elegido Papa y gobernó hasta el año 142. Los siguientes pontífices se preocuparon más de afirmar y extender la nueva fe que de la salud sexual de sus fieles y del clero, destaca el investigador.

Sobre el papa Sotero existen dos versiones, según Frattini. La primera, que era un pontífice enemigo del sexo, y la segunda, que era muy aficionado a las concubinas y “que cuando fue elegido se negó a repudiar a Priscilla y Maximilla, dos bellas jóvenes romanas que convivían con él y a las que Sotero otorgó el título de discípulas”, asegura el historiador.

El papa Víctor I siguió las aficiones y tendencias de Sotero. Fue el primer pontífice en mantener vínculos con la casa imperial durante el reinado del corrupto emperador Commodo. La relación entre Víctor y Commodo se realizaba a través de Marcia, la amante del emperador. Se dice que la favorita vestía túnicas transparentes que dejaban ver sus formas y con frecuencia mantenía encuentros privados con el papa Víctor. 

Calixto I tuvo que enfrentarse durante su pontificado con el antipapa Hipólito que había llegado desde Oriente. Una de las mayores críticas era la de ser demasiado permisivo en lo que a sexo se refiere. Pero Calixto era muy hábil para atraer al cristianismo a nuevos seguidores. “Indultaba a religiosos acusados de delitos, ordenaba sacerdotes a hombres que habían estado casados, incluso en varias ocasiones; permitía que los religiosos pudieran contraer matrimonio y permitió, incluso, que algunos altos cargos de la curia permaneciesen en sus puestos tras comprobarse que durante la celebración de liturgias habían practicado sexo con algunas de las fieles”, relata Frattini.

Cuando el adulterio se castigaba en Roma con la muerte, él se dedicaba a extender documentos de perdón absolviendo a aquellos culpables de adulterio y fornicación a cambio de una severa penitencia y permitía a las mujeres libres casarse con esclavos, algo prohibido en la ley romana. Esta medida atrajo al cristianismo a muchas mujeres con alto rango en el Senado. 

“Tras el asesinato del emperador Heliogábalo, el pueblo se volvió contra la comunidad cristiana y contra el papa Calixto, a quien acusaba de haber sido un aliado silencioso del corrupto emperador. Calixto apresado junto con dos sacerdotes, serían ejecutados, arrojados por una ventana, apaleados y posteriormente, arrastrados. Su cuerpo sería apedreado antes de ser abandonado en las calles”, relata el investigador.

A Calixto I le sucedería Urbano I, asesinado en 230, al igual que Ponciano en 237 por orden del emperador, tras someter a toda su administración a una purga de cristianos. Luego Fabián asumiría como nuevo papa, bajo el reinado de Filipo el Árabe, considerado el primer emperador cristiano. Fabián criticó la falta de caridad de la comunidad cristiana, la soberbia y afán de riquezas del emperador y la licenciosa vida sexual de la comunidad, prohibía el matrimonio de cristianos con paganos, acusándolos de prostituir sus cuerpos cristianos. Esto le llevó a un enfrentamiento abierto con el emperador. Persecuciones, tortura, confiscación de bienes, penas severas de prisión y muerte para los cristianos fueron las consecuencias. Fabián fue ejecutado en 250.

Salvar el alma llenando el bolsillo

El papa Silvestre, a cambio de perdonar los excesos sexuales del emperador Constantino, consiguió oro, plata, joyas y propiedades para la Iglesia. “Este papa intentó poner freno a los sacerdotes concubinarios prohibiéndoles, mediante decreto, el segundo matrimonio a los religiosos. Pero para salvar el alma, los sacerdotes que estaban ya casados en segundas nupcias o cohabitando con una concubina, podían alcanzar el perdón a cambio de un escudo de oro que debían entregar al mismísimo papa”, detalla Frattini.

Silvestre también condenó la zoofilia en el Concilio de Ankara (314), algo que no era pecado hasta entonces y que era muy practicado en los lejanos rincones del Imperio.

Constantino abandonó Roma y trasladó su capital y su administración a Bizancio, que sería rebautizada con el nombre de Constantinopla. Aquello supuso un duro golpe para el poder de la Iglesia de Roma ante otras sedes. Tras su muerte en el 337, el poder del Imperio comenzó a ser motivo de disputa. 

Las fiestas del amor

Después de una batalla por toda Roma y 137 muertos Dámaso fue coronado nuevo sucesor de Pedro. El nuevo pontífice afirmaba que un obispo debía anteponer su paternidad espiritual a su paternidad carnal.

Pero Dámaso concebía esta paternidad espiritual de una manera muy especial: se valía de su simpatía para obtener sustanciosos donativos y noches de pasión y entrega carnal. Organizaba banquetes para agasajar a sus invitados y se dejaba querer por la esposa de algún noble cuyo marido deseaba ascender en el círculo eclesiástico; estaba rodeado de una corte de jóvenes sacerdotes, monjas, vírgenes profesionales y viudas; dependía del alcohol y de las plantas alucinógenas y participaba en fiestas del amor en el interior de las iglesias y templos cristianos. Muchos sacerdotes cercanos al sumo pontífice aceptaban no casarse pero se rodeaban de bellas esclavas y pasaban la mayor parte de su vida eclesiástica rodeados de mujeres.

En el año 378 se acusó al papa Dámaso de mantener sexo con menores de catorce años, de haber cometido actos de bestialismo con cabras y de haber cometido adulterio. “El papa Dámaso no solo fue exonerado por el emperador y perdonado por los obispos, sino que incluso llegó a ser canonizado, en parte por el hecho de haber convertido al cristianismo al emperador Teodosio I, quien adoptó esta religión como la oficial del Imperio. Antes de morir, en el 384, Dámaso tuvo tiempo de redactar un tratado sobre la virginidad. Estaba claro que la Iglesia en el camino de la santidad, podía pasar por alto el adulterio, incluso si este era llevado a cabo con una menor, si se conseguía convertir a un pagano y mucho más, si este pagano era todo un emperador”, ironiza Frattini en su libro.

Sacerdocio sí, casamiento también

Su sucesor fue Silicio. El nuevo papa criticaba a sus antecesores por su liberalismo en cuestiones de sexo. La primera medida que adoptó fue obligar a los sacerdotes a abandonar las camas de Roma y se indignó cuando supo que los religiosos españoles continuaban gozando de sus esposas. En esta época y hasta el siglo III solo se exigía castidad a los monjes, pero no a los sacerdotes, quienes podían estar casados legalmente. La prohibición de casarse se extendió al clero no monacal a partir del siglo XI.

Otro defensor de la moralidad sexual de la época fue san Agustín, quien dio comienzo las largas polémicas de la Iglesia contra los anticonceptivos, a los que él denominaba venenos de esterilidad. “Durante los oficios dominicales, san Agustín no se cansaba de repetir a las nobles que quien usase estas sustancias del diablo, se convertía en una ramera de sus maridos. Este buen santo, amigo de la moralidad, sabía de todo esto por experiencia propia, ya que cuando era joven había visitado a prostitutas; con dieciocho era ya padre de un hijo y durante once años convivió con una mujer sin estar casado y tuvo una amante mientras esperaba que la elegida para ser su esposa tuviera edad suficiente para contraer matrimonio”, reseña Frattini. 

El siguiente papa sería Anastasio que, rodeado de lujos y de esclavas, tuvo un hijo con una noble romana y que con los años llegaría a ocupar la silla de Pedro. Este sería Inocencio I, que fue preparado a conciencia para convertirse en su sucesor en el año 401. 

Los bárbaros de Alarico entraron a sangre y fuego en Roma en 410 y se dedicaron durante días al pillaje y a la violación de mujeres y monjas. Muchas de ellas fueron trasladadas a burdeles para saciar a las tropas bárbaras. “Mientras esto sucedía, el buen papa, protector de los cristianos, decidió buscar refugio en Rávena junto a la corrupta corte del emperador Honorio. Allí, Honorio e Inocencio, se dedicaron a pasar sus días acompañados de jovencitas hasta que el orden fuese restaurado en Roma 24. Inocencio I fallecería el 12 de marzo de 417, siendo canonizado años después al igual que su padre, Anastasio”, ironiza el investigador.

Mirar pero no caer en la tentación

Con Sixto III llegaría el escándalo. Aficionado a las mujeres jóvenes, sería acusado de haber violado a una religiosa durante una visita de este a un cercano convento de Roma y, aunque confesó, fue canonizado después de su muerte.

Pedro de León I tampoco trajo consigo la decencia. Experto en la utilización del sexo como medio de alcanzar sus intereses fue testigo de las orgías del emperador Valentiniano III a las que gustaba invitar a altos miembros de la Iglesia. El papa León miraba y procuraba no caer en la tentación.

Pero cayó en otra: la de tomar la virginidad de la hermana de 14 años del emperador, pero resultó que la joven ya estaba embarazada. La adolescente fue enviada a un convento de por vida, pero logró enviar un mensaje a Atila prometiéndole la mitad de Italia como dote si la rescataba. El rey de los hunos aceptó y cuando llegó a la ribera del Tiber, León le salió al encuentro: lo que hablaron sigue siendo un misterio. Atila se retiró, el papa fue considerado el gran salvador de Roma, un héroe.

León I fue un hombre polémico. Radical con respecto a la virginidad de la mujer, “obligaba a la mujer, mediante decreto, a mantener intacta su virginidad durante sesenta años para poder tomar los hábitos y convertirse en monja, mientras que por el otro, permitió a los obispos más cercanos a él, conservar a sus esposas con la condición de que las tratasen como hermanas. Difícil trato si se acostaban con ellas”, relata Frattini. 

También practicaba el voyeurismo, pero solo cuando el hereje en cuestión era una joven de cuerpo esbelto. A León le gustaba exigirles, mientras él mismo las fustigaba en las nalgas, que reconociesen el consumo de semen en sus ritos. Fue acusado de sadismo, pero se defendió diciendo que “el papa es el único que tiene el derecho a matar herejes”. El investigador destaca que este pontífice fue canonizado por sus buenas obras y por torturar herejes.

Santos desechos y La divina comedia

En 483, llegaría al papado Félix II, enemigo del celibato. Cuando fue elegido, Félix II era viudo y tenía dos hijos de aquel matrimonio. Con este papa, amante de las bacanales y de las jóvenes esclavas, sucedería uno de los primeros cismas. 

Hijo de cura como muchos de los anteriores pontífices, Anastasio II fue el primero en ir solo al baño. En aquella época, los sumos pontífices se habían vuelto tan exquisitos, que hacían sus necesidades acompañados por el llamado caballero de baño, cuya labor era ayudarles a evacuar, limpiar la parte trasera papal y deshacerse de los santos y sagrados desechos.

Anastasio II murió cuando se encontraba en plena faena con una esclava. “Fuera como fuera la forma de morir, ya sea realidad o ficción, el gran Dante Alighieri colocó a Anastasio II en el Infierno (XI, 6-9) de su Divina comedia, junto a los herejes”, indica Frattini.

El nuevo sucesor de Pedro fue Simmaco, un pagano que después se convirtió al cristianismo. Accedió al trono gracias a que el rey Teodorico, quien poseía la autoridad, tomó partido por él. Fue acusado de no celebrar la Pascua en la fecha debida, de malversar las cuentas de la Iglesia y de cometer adulterio y pecados contra la castidad. Alegaban que Simmaco solía dormir en su misma cama con niñas impúberes y con esclavas a las que gustaba atar. 

Tras una seguidilla de conspiraciones, asesinatos, disturbios en toda Roma, juicios espúreos, Simmaco regresó al trono de Pedro. “El 23 de octubre de 502 se estableció de forma taxativa que ningún tribunal humano podría nunca juzgar a un vicario de Cristo, una vez consagrado como tal. Solo Dios podía juzgarle. Lo más curioso de todo es que el papa Simmaco, tras su muerte, sería canonizado”, reseña Frattini.

A Simmaco le sucedería Hormisdas quien de ser ordenado sacerdote había estado casado con una joven con la que tuvo un hijo. Este hijo, llamado Silverio, se convertiría en papa en el año 536 32. Hormisdas defendió la cohabitación con esclavas y permitió que los obispos tuviesen esposas, siempre y cuando las tratasen como hermanas.

Fuente: Los Papas y el sexo. Barcelona, Espasa Calpe, 2010.  317 páginas.
Patricia Rodón

Curiosidades Históricas. El año más largo de la historia 46 AC

Hasta el año 46 a. C. se utilizaba el calendario egipcio. Éste, como carecía de años bisiestos, había acumulado una diferencia de bastantes días. Julio César resolvió parcialmente el problema introduciendo un día extra cada 4 años (años bisiestos). Para compensar el deslizamiento del calendario egipcio, al año 46 a. C. se le añadieron 2 meses extra, así como 23 días más en Febrero. Así, el año 46 a. C. es el año más largo registrado, con 455 días, primer año del calendario juliano.

Esta mejora también producía desplazamiento de las estaciones, aunque más lentamente (más de 7 días cada 1000 años). Como fundador, Julio César se dedicó un mes a sí mismo, el de julio, con 31 días. Cuando su hijo adoptivo, sobrino y sucesor,Octavio Augusto, se convirtió en emperador de Roma, también se apropió de un mes, el de agosto, al que le añadió un día más, quitándoselo al mes de febrero.
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