miércoles, 5 de abril de 2017

Don Carlos Thay, el creador del Parque General San Martín de Mendoza (1849-1934).

Vino de Francia, había nacido en París el 20 de Agosto de 1849. Murió en Buenos Aires el 1 de Febrero de 1934. Obrero del arte,trasladó de su patria todo el sentido y amor la la belleza, peculiares de su estirpe y a manos llenas la desparramó por Argentina. En Buenos Aires, Santa Fé, Córdoba, San Luis, Rosario, Paraná, Tucumán y en muchas ciudades más.dejó su impronta forestal que en el curso de los años se tornaría en erguidos bosques y en feéricas perspectivas. 
Si toda su labor hubiera terminado con la creación del Jardín Botánico de la Capital federal, esa sola obra habría bastado para inmortalizarle. Pero no se quedó allí. Su inagotable sed de creación le llevó a aceptar el requerimiento de las provincias y vino a Mendoza. La obra que gestó aquí es el Parque General San Martín, todo el inmenso ámbito verde que en silentes latidos comenzó a crecer en las postrimerías del siglo XIX y que hoy se brinda frondoso a la admiración y placer de los que aquí vivimos y de los que viniendo de otras tierras encuentran en Mendoza, paisaje para sus ojos y bálsamo para su espíritu. 
Tal ve< la visión del desierto en el que la fértil imaginación de un gobernante pretendía emular los Campos Elíseos, le hiciera dudar. Y fué ganado por la duda. Por esa duda que invade solo a genios y que a larga no fue sino el mayor estímulo para aceptar con fortaleza el hostil desafío de la piedra y del arenal. Y si algo faltaba para lanzarlo a la titánica obra, estuvieron allí oportunas y también desafiantes, las palabras de Don Emilio Civit:  Hay que arrojar al surco la semilla, vislumbrando el porvenir, renunciando al provecho de inmediato y aceptando solamente todas las dificultades del trabajo en beneficio de un progreso que a pocos de sus autores les será dado ver en pleno desarrollo. Y Don Carlos Thays arrojó la semilla. Muchas miles de semillas, y proyectó viveros. Introdujo de Chile y de la vieja Europa, principalmente de su Francia querida y añorada, muchas de las especies que poco a poco fueron hundiendo sus raíces en el pedregal. Y haciendo de esta Mendoza lo que alguna vez dijo de ella Belisario Roldán: Un cesto de flores sus pendido en los cerros.
Cuando nos es dado observar el fruto de un trabajo en el que el aire y la ciencia tan raramente se conjugan, las palabras en vano tratarán de explicarla. En este inmenso jardín de la paz, los añosos álamos de Italia, los paraísos de la India, casuarimas, aromos y grevilleas de Australia, eucaliptos de Tasmania, palmeras de Chile y de Canarias, robles y encinas de Francia, carolinos, magnolias y olmos de Norteamérica y muchos más, son aquí altivos testigos de un sueño audaz de una empresa de pioneros que se negaron a rendirse ante la imponente magnitud, del adversario: la aridez y soledad del desierto. 

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