lunes, 18 de abril de 2016

Luz eléctrica en 1853


Durante la Revolución de Mayo, la única forma de iluminación eran las velas de sebo, muy similares a las actuales. En los interiores se colocaban en candelabros. Las tertulias se realizaban en penumbras y se sabía que en algunas casas podían gastar más que otras en velas. Por lo tanto, el nivel de iluminación estaba relacionado con el poder económico de las familias.
Afuera de las casas se usaban faroles par proteger la llama del viento y la lluvia. Para andar por las angostas calles era imprescindible ir acompañado de un negrito farolero -así le decían-, que marchaba adelante para advertir acerca de pozos complicados y rejas peligrosas.
En cuanto al alumbrado público, también utilizaba velas y faroles. Fue en 1777, cuando el  el virrey interino Vértiz otorgó la concesión a Juan Antonio Ferrer, el primer empresario de la iluminación. Antes de esa fecha no existía el alumbrado público. De todas maneras, era un sistema muy precario: los faroles se ennegrecían de inmediato, atenuando la iluminación que ofrecía la llama.
Ehn 1823, Santiago Bevans (abuelo de Carlos Pellegrini) fue el primero en promover las  lámparas de gas. Fue el 25 de mayo, para los festejos del día patrio. La actual Plaza de Mayo se  iluminó como jamás se había visto gracias a los 350 faroles que empleó. Más adelante iba a usarse kerosene y también alcohol.
Per en medio de todos estos sistemas, el dentista Juan Etchepareborda se entusiasmó con un sistema que se usaba en París: la iluminación eléctrica. De regreso a Buenos Aires, en el altillo de su casa instaló una especie de grupo electrógeno (en realidad, un equipo de gas hidrógeno, un arco voltaico y dos electrodos de carbón). La noche del 3 de septiembre de 1853 reunió a un grupo de científicos y les mostró cómo funcionaba. A la noche siguiente, repitió la prueba con otras personas, entre ellos, un periodista del diario La Tribuna que escribió: “Es magnífico el efecto que produce sobre los muros de las casas, sobre los muebles y sobre los mismos rostros”. El dentista pionero soñaba con que cada casa tuviera su propia iluminación eléctrica.
Sin embargo, nadie consideró que este tipo de luz derrotaría al gas.
El próximo intento, siempre con la supervisión de Etchepareborda, fue el 25 de mayo de 1854 en la Plaza de Mayo y en la casa de Felipe Senillosa, quien vivía al lado de la Iglesia de San Domingo (Belgrano y Defensa). Los que tuvieron el privilegio de acercarse al farol de la plaza, se sorprendieron por la facilidad con que podían leer una carta. En cambio, lo que se reunieron en Santo Domingo observaban maravillados hasta que salieron unas chispas, el pánico inundó la escena y se produjo una corrida. Alguien gritó: “Hay demonios en lo de Senillosa”. El susto fue general. La desconfianza de los porteños definió el duelo con la iluminación a gas: se instalaron gasómetros en los barrios para abastecer a los vecinos.
Las dudas que tenían las autoridades de la Capital Federal hicieron que en 1883, La Plata, dispuesta a ser una ciudad moderna, se convirtiera en la primera de América Latina en contar con iluminación eléctrica, como podemos ver en la foto. Además, se aprovechó el tendido eléctrico para electrificar la red de tranvías y abastecer a las casas.
Luego del primer paso dado por la ciudad de La Plata, Buenos Aires, Rosario, Mendoza y todas las grandes ciudades argentinas la imitaron. El sueño del dentista Etchepareborda comenzaba a cumplirse.
Fuente: http://blogs.lanacion.com.ar/historia-argentina/costumbres/luz-electrica-en-1853/

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