domingo, 22 de marzo de 2015

Perdidos en la Cordillera

La curiosa y arriesgada vida de dos controladores aéreos que trabajaban en construcciones de piedra y chapa frente al Cristo Redentor, en la década del 30.

En  medio de la cumbre a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar, enfrente del Cristo Redentor se encuentra unas construcciones de piedras con techos de chapa que fueron construidas hace más de 80 años. Allí se encontraba la vieja estación de control aéreo y meteorológico de la empresa estadounidense Panagra. Por muchos años, dos intrépidos hombres llamados Gregorio Neumosoff y Reinaldo E. Abelda, dejaron parte de su vida, lidiando con el frío y la soledad para supervisar los vuelos entre Mendoza y Santiago de Chile. 
Un observatorio en el cielo 
En mayo de 1933 los radiotelegrafistas Neumosoff y Abelda comenzaron con su trabajo en aquella inhóspita estación.
La jornada empezaba desde la estación de Las Cuevas luego de marchar a lomo de mula por más de tres horas, llegaba al refugio en donde se encontraba el observatorio. El edificio sólo se unía al mundo civilizado por medio de la radio y del teléfono. Las instalaciones se componían de un techado especial con cielo raso aislante de los intensos fríos y pisos de madera. También, tres pequeñas habitaciones formaban el observatorio con una pequeña torre. 
Un día a 4000 metros de altura
A las 4 de la madrugada, Gregorio Neumosoff se levantaba y después de asearse y desayunar iniciaba su tarea. A las  6.40 horas, encendía el radio para iniciar la conexión con el vuelo que había partido de Chile. Durante la intercomunicación, el radiotelegrafista aportaba las condiciones meteorológicas de la cordillera. Mientras tanto, cada quince minutos el avión informaba sobre la posición. 
Los aviones tenían el huso horario de la ciudad de Nueva York.  Neumosoff transmitía el estado del tiempo tres veces al día a las dos aeroestaciones. También orientaba a los pilotos, en caso de mal tiempo, a tomar una ruta alternativa. Luego de este breve intercambio con la civilización, todo volvía a la absoluta soledad. 
Gregorio Neumosoff era el encargado y radiotelegrafista del observatorio, antes de tener este oficio fue empleado del ferrocarril Trasandino. El estaba habituado a la vida de montaña desde hacía muchos años. En cambio, su compañero, el mendocino Reinaldo E. Abelda, se encargaba de las tareas meteorológicas.
Después de la tarea,  los dos operarios de la estación mataban el aburrimiento leyendo libros de Spencer, de José Ingenieros y otros autores.  
En el interior del refugio se hacía agradable por las estufas a querosén que estaban encendidas permanentemente; mantenían la temperatura a unos 18 grados, pero en una ocasión casi mueren intoxicados. 
A pesar de las inclemencias del tiempo y la soledad, ambos estaban bien abastecidos de provisiones, al punto que la leña y carbón alcanzaban para ocho meses.
El observatorio poseía un receptor de radiotelegrafía bastante adelantado para su época.
Contaban también con un teléfono que comunicaba directamente a las oficinas de la Panagra, una en el campo aéreo de "Los Tamarindos" en Mendoza y la aeroestación de Santiago de Chile.
En el exterior de la construcción y como complemento de aquellos aparatos de comunicación, disponían de instrumental meteorológico: anemómetro para medir la velocidad de los vientos, barómetro, termómetros y una veleta.
Arriesgando el pellejo 
A metros de la estación, la compañía Panagra colocó un pasamanos de soga de 100 metros de largo para seguridad del observador que necesitaba cerciorarse del estado del tiempo. En una oportunidad el meteorólogo Abelda, fue sacudido por una ráfaga de viento y gracias a esa soga pudo salvarse de caer a un precipicio.
Estos dos héroes comprometidos con su trabajo, estuvieron soportando las inclemencias del tiempo y aislado de todo contacto con el hombre por años con el objeto de informar las condiciones meteorológicas que existían en aquel punto.
Muy poco se supo de estos héroes casi anónimos quienes arriesgaron sus vidas para cumplir con su misión.
El meteorólogo Reinaldo E. Abelda, falleció a mediados de los ‘50 en Mendoza. Mientras que Gregorio Neumosoff, nada se supo de él.

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