martes, 19 de agosto de 2014

Labios rojos, mujeres ardientes

Historias con rouge, "el bolígrafo del amor".

El primer pintalabios moderno fue creado por dos perfumistas franceses en 1883. (Foto vintage.fr.com)

Es imprescindible y tiene muchos nombres: lápiz labial, lápiz de labios, rouge, pintalabios, barra de labios, carmín. Ninguna mujer sale de la casa sin pintarse la boca y sin llevarlo en la cartera, se “inventó” hace 130 años y desde entonces es el cosmético más vendido en el mundo.
Por instinto, es el primer maquillaje que probamos en la adolescencia “robando” a las madres y tías esas llamativas barras de color que destacan los labios. Las mujeres sabemos que la boca es una de las zonas más sensuales del cuerpo, que siempre llama la atención de los hombres y que pintarla acentúa su atractivo y subraya lo femenino.
Aunque algunas teorías argumentan que el uso del labial es una “trampa patriarcal” (y su no uso también, puesto que las culturas muy machistas o “religiosas” lo prohíben), es claro que pintarse los labios es una práctica de género ejercitada para atraer al hombre en una suerte de llamado con fines reproductivos y sexuales. No en vano, Sarah Bernhardt lo llamaba “el bolígrafo del amor”.
Como todas las cosas verdaderamente importantes de la historia de la humanidad, y de las mujeres, en tanto que metáfora de sexualidad y promesa de fertilidad, el “pintalabios” es una de las creaciones más antiguas.
Hay registros que dan cuenta de que hace 5.000 años se usaba en la Mesopotamia una pasta mineral de color rojizo hecha de joyas semipreciosas. Las mujeres probaron varios compuestos a lo largo de los siglos entre los que destacaban la arcilla roja y el henna por sus llamativos tonos.
El color en los labios era tan importante en Egipto que el ajuar funerario de las mujeres, para poder mantenerse bellas en la otra vida, contenía cajitas con un ungüento dorado, tono preferido por las clases nobles. Siempre creativa, Cleopatra VII se pintaba la boca con una pasta macerada de escarabajos reducidos a polvo de intenso color rojo.
Al otro lado del Mediterráneo, en Grecia, si una mujer se pintaba los labios era para indicar su profesión como prostituta. Pero en el Imperio Romano quienes se pintaban la boca eran las damas de clase alta.
En Japón, las geishas molían pétalos de una flor llamada cártamo para fabricar sus carmines. El médico andaluz Abu al-Quasim al-Zahrwai, conocido como el padre de la cirugía moderna, creó hacia el 900 d.C. la primera “barra” de labios consistente en cera mezclada con el pigmento y cuidadosamente prensada en un molde cilíndrico.
Quien popularizó en Occidente el uso de rubor en la boca fue la reina Isabel I de Inglaterra, quien en el siglo XVI, imponiendo toda una estética personal, puso de moda los rostros pálidos y los labios rojos, para lo cual hacía elaborar una pasta de cera de abejas bien mezclada con pigmentos de plantas.
Pero, por su clara simbología sexual, hacia 1650 el pastor inglés Thomas Hall militó para proscribir por indecente y maligno el color en los labios de las mujeres y logró que el Parlamento británico lo prohibiera; es más, toda aquella que se pintara podía ser juzgada por bruja. Cien años después, en 1770, una ley decía que el matrimonio debía ser anulado si la mujer llevaba cosméticos antes del día de la boda.
Fue otra reina, María Antonieta de Francia quien hacia fines del siglo XVIII difundió la estética de los afeites en el rostro y del carmín rojo en los labios en la corte y la nobleza, moda a la que también se sumaron los hombres.
La Revolución Francesa pondría fin, entre otras cosas, a esta coquetería y el uso del color artificial en los labios quedó reservado para los actores y los escenarios.
El primer pintalabios moderno fue creado por dos perfumistas franceses en 1883, a partir de grasa de venado envuelto en delgado papiro de seda. Pero nuevamente fue rechazado por considerarlo símbolo de vulgaridad, del teatro y de la prostitución.
A comienzos y mediados del siglo XX, las crisis económicas, las revueltas sociales, los drásticos cambios políticos y las guerras mundiales apuraron tanto la muerte y como el sexo, por lo que el uso del rouge se difundió como el deseo y llegó a ser una mercancía muy preciada en los países europeos que participaron de los conflictos. Incluso en Estados Unidos se propició el uso del lápiz labial entre las mujeres que trabajaban en las fábricas de armas para “aumentar su productividad”.
El cine, las revistas del corazón y las del espectáculo obraron de agentes propaladores de una moda que ya no caducaría, al publicar inicialmente en blanco y negro fotografías de las más glamorosas actrices con los labios pintados de un color que las mujeres sabían que era un implacable rojo.
Ya entonces se había creado el lápiz de labios como lo conocemos hoy, un práctico tubo que permite graduar la sustancia. En 1915 el estadounidense Maurice Levy unió un lápiz labial sólido a un receptáculo que se deslizaba y lo colocó dentro de un tubo de metal con tapa. Desde entonces, ese objeto casi perfecto, acompaña a las mujeres, que firman con su boca roja una carta de amor. Y sonríen con los ojos.

Patricia Rodón
Fuente: http://www.mdzol.com/opinion/480312-labios-rojos-mujeres-ardientes/

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