jueves, 1 de agosto de 2013

Secretos de alcoba: historia anotada de las bragas.

La prehistoria de la lencería se remonta al comienzo de los tiempos. Las mujeres de la antigüedad no tenían el concepto de ropa interior que tenemos en la actualidad pero sabían hechizar con sus prendas ocultas y hacer de ellas, igual que las mujeres de hoy, un arma mortal.


El culotte, recorrió un intenso camino
para convertirse en la hoy trajinada y
mínima tanga.


Durante un sugestivo desfile de ropa interior, al pasar sus atentos ojos por las curvas de las modelos, los caballeros imaginan que las tangas, bombachitas, corpiños y portaligas existieron desde muy antiguo. Y no es así.



Las mujeres de la antigüedad no tenían el concepto de ropa interior que tenemos en la actualidad pero sabían hechizar con las prendas ocultas y hacer de ellas, igual que las mujeres de hoy, un arma mortal.

La prehistoria de la lencería se remonta al comienzo de los tiempos. Al principio fue el taparrabos: una gran prenda tejida de forma triangular que se pasaba entre las piernas y cuyos extremos se ataban a la cintura. Sin embargo, esta suerte de ceñidor, con variantes según las diferentes culturas pero con el mismo propósito de cubrir y proteger las partes pudendas, no tenía un uso generalizado. 

La literatura griega señala que el ceñidor que usaban diosas y mortales se llamabazóster y que consistía en una larga banda de paño, generalmente de lino blanco con bordados que se pasaba entre las piernas y se ataba a la cintura. Imaginamos que era semejante a un más o menos elegante pañal. Como hoy, por su ubicación en la anatomía femenina, esta prenda tenía un importante valor simbólico y social, ya que cuando las mujeres contraían matrimonio, estas bandas eran desatadas por el flamante marido.

Las casadas también cubrían sus senos con una banda llamada apodesmo que adornaban con cintas de colores. Sobre estas dos bandas y ya cubriendo casi todo el cuerpo se ponían el peplo, un manto rectangular de lana que se colocaba en el hombro izquierdo, se sujetaba sobre el derecho con una aguja o prendedor y se ceñía a la cintura con otra banda; llegaba hasta los pies y dejaba a la vista el muslo de la pierna derecha. 

El zóster clásico se mantuvo durante siglos cubriendo las partes íntimas de la mujer, con lentas y mínimas variaciones a lo largo del tiempo. En su tránsito fue adquiriendo diferentes nombres y fue la palabra que eligieron los romanos la que ha llegado a nosotros casi sin variaciones: bracca o bracae, es decir, braga.  

Hacia el siglo X la camisa, un largo vestido de lino preferentemente blanco para que pudiera hervirse, era la única ropa interior que usaban las mujeres y sus profundos escotes asomaban tentadores debajo de los vestidos. Y aunque la Iglesia les hubiera ordenado que se comprimieran los pechos para evitarle el deseo a los pobres hombres, ellas no hicieron demasiado caso, porque aunque algunas se sujetaban los senos con bandas al estilo del viejo apodesmo, muchas introducían almohadillas de relleno para aparentar pechos más grandes en la mejor tradición de seguir un instinto atávico. 

A fines de la Edad Media el taparrabos, zóster o bracca, fue lentamente reemplazado por el calzón, una prenda más suelta y confeccionada en una tela más liviana como el algodón, que consistía en una especie de pantaloncito corto que iba de la cintura hasta la mitad del muslo y más tarde hasta la pantorrilla. 

Este calzón, antepasado del culotte, recorrió un intenso camino para convertirse en la hoy trajinada y mínima tanga. Y durante varios siglos la ropa interior excluyente fue una especie de camisón de hilo que cubría desde las muñecas hasta los tobillos y que en su parte trasera, exactamente a la altura del trasero, tenía una faldilla que se desabrochaba para facilitar la visita al baño. 

Pero la historia de la bombacha, semejante a la que conocemos hoy, se remonta a unos 200 años atrás cuando en el convulsionado Paris de principios de 1800 una ordenanza obligó que las bailarinas de la Opera, por decencia, comenzaran a usar bragas.

Siguiendo la tendencia a reducir el área cubierta por esta prenda, las bragas eran de algodón o lino y eran una suerte de pantalón corto que se ataba a la cintura y a la entrepierna con cintas. 

Después se les impuso a las “mujeres de la vida” y éstas, las prostitutas, comenzaron a llevarlas hacia 1820 con gran éxito. Las mujeres “honestas” las adoptaron cuando el amplio armazón del miriñaque, al separar en exceso las faldas y las enaguas del cuerpo ventilaba peligrosamente la parte que quedaba entre elcorset y las ligas, o sea, la peligrosa entrepierna. 

A fines del siglo XIX, las mujeres tomaron las tijeras y separaron aquel camisón de hilo que era como una segunda piel y se lanzaron a diseñar y coser aquel pudoros y aburrido básico en dos prendas separadas.

Los culottes comenzaron a achicarse y se concentraron en cubrir más las nalgas y sus alrededores que las piernas, en un diseño que incluía una goma disimulada en un dobladillo que se asentaba en la cintura. Con semejante intención, en 1914 aparecería el primer sujetador, sostén o corpiño, como lo llamamos en Argentina, que sujetaba los senos y pretendía sostenerlos lejos de la gravedad merced a la creación de una estructura primero fue de mimbre y luego de alambre. 

Así nació la bombacha (calzón, trusa, pantaleta, panty, blúmer, tanga, cachetero, culotte o cola less, como se la llama en distintos países dependiendo de la cantidad de carne que cubre) y con ella surgió no sólo la celebrada industria de la lencería sino que se reinventó una prenda que alimenta desde el principio de los tiempos todo tipo de fantasías tanto en los entusiastas héroes homéricos como en los señores amantes del can can y sus velados misterios.

Patricia Rodón

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